Tiempo de lectura: Tres minutos y medio
La importancia del saber siempre ha estado presente en los negocios. Desde sumar y restar tan elementales, pero que hacían la diferencia entre los sumerios -aunque no por la aritmética se llamaban así- , hasta la cantidad de destrezas que se requieren para desenvolverse hoy en cualquier actividad empresarial; y de las que a veces no nos damos cuenta. Hace poco más de un siglo, Schumpeter demostró que la idea del emprendedor y la innovación creaban valor y el mercado pagaba por él, de este modo enriqueció -nunca mejor dicho- la tradicional dupla capital-trabajo.
Hoy, ese reconocimiento da pie al llamado
capital intelectual que no es más que una manera de denominar las experiencias,
formación, métodos, procesos, marcas, experiencias, programas de computadora, y
todo aquello que albergue o sea una aplicación del intangible conocimiento
capaz de generar valor.
En momentos cuando es posible crear una
empresa a partir de una idea y ponerla en marcha solo con la contratación de
proveedores de productos y servicios; sin siquiera comprar una máquina y sin
rentar un local, por ejemplo, está claro el valor económico de la idea y del
conocimiento.
Simplemente, aunque no sea sencillo, a
partir de las necesidades o problemas de
las personas desarrollarás productos o servicios únicos y diferenciados para
satisfacerlos. Esta es la dinámica elemental para crear empresas. Sin embargo,
del dicho al hecho hay un gran trecho, o más bien, un vacío de conocimiento que
debes llenar: No sabes en realidad nada acerca de lo que permitirá satisfacer
esas necesidades o solucionar esos problemas. Porque, justo es decirlo, que te
parezca indispensable y bien a ti no garantiza el éxito. Para ello es necesario
aprender lo más rápido posible un montón de cosas. Desde cuáles son las
características precisas del producto o servicio: cantidades, tamaños, colores,
horarios; hasta cómo producirlo, conservarlo, promocionarlo, manejarlo y
distribuirlo; los tiempos, costos,
recursos, tamaño de lote económico; a
cuál perfil específico de clientes, en cuáles lugares, a qué precio y dónde
venderlo. Así que hay muchas preguntas y aunque a veces es posible obtener
respuestas de terceros, la mayoría de las ocasiones solo contarás con el viejo
método del ensayo y error.
Sí, te vas a equivocar y mucho. Cada error
deja un aprendizaje. Rendirte antes de dar con la respuesta es un desperdicio
de todo el esfuerzo y el trabajo previo. Todo ello está creando capital
intelectual para tu empresa. Es conocimiento aplicable; y así como una máquina
es conocimiento aplicado, este también servirá para producir valor para tu
empresa. Esa experiencia única que
verterás en tu producto nadie te la puede vender y constituye la base de tu
empresa. Equivócate pronto y aprende más rápido aún. Incorpora lo aprendido al
diseño de los procesos y de los productos. Ponlo en práctica y te rendirá
beneficios de inmediato. Si tus
colaboradores se equivocan actuando de buena fe la vieja escuela establecía al
menos un regaño y el descuento de los materiales dañados. Eso era la menor de las pérdidas, pues lo
verdaderamente catastrófico era el miedo y la inhibición a probar, a atreverse,
a descubrir nuevas opciones que se apoderaba de esa persona, que se contagiaba
a los demás y terminaba siendo una norma, a veces escrita, y que desperdiciaba ese aprendizaje y
afectaba directamente al futuro de la empresa. Todavía hay unos cuantos que
piensan así.
Hoy día, conscientes de la necesidad de
arriesgar en búsqueda de mejores soluciones y desempeños y del valor del
conocimiento adquirido con la experiencia - hay quienes aseguran que se aprende
más de las fallas que de los aciertos– se alienta la experimentación, la
prueba, los inventos en la empresa bajo condiciones controladas. Los
colaboradores presentan las ideas sin cohibirse y sin temor al fracaso, porque
siempre se producirá conocimiento que enriquecerá las potencialidades de
mejores productos y mejores desempeños en la empresa. Esta corriente llega a celebrar que “Fulano logró un error”. Esta
actitud está impulsando a cientos de miles de empresas a la creación de
productos y servicios innovadores.
En sentido figurado, a equivocarse llaman.
Y tú ¿A qué velocidad estás aprendiendo?